En origen los primeros libros y manuscritos de principios del S. XV estaban escritos e ilustrados por monjes o frailes copistas. Cada copia o encargo que realizaban podía llevarles años de trabajo, y solía estar dirigido a la nobleza y al alto clero que utilizaba para estudiar o leer misales.
Durante la baja Edad Media, a parte de los manuscritos iluminados, existían los carteles de mercados y ferias, panfletos publicitarios y políticos que se repartían por villas o se pegaban en plazas y también, a modo folleto, para anunciar y homogenizar el precio estipulado por los comerciantes y artesanos del mismo gremio para sus productos. Para su creación se utilizaba la técnica de estampación de la xilografía (de origen chino), es decir, el grabado en madera; se tallaba el texto en hueco y se estampaba, pero el principal problema radicaba en la poca vida de las tablillas de madera donde se grababa; al entintarse con asiduidad y estar sometidas a la presión de la prensa, terminaban por perder calidad y estropearse. Es en la alta Edad Media, cuando Johannes Gutenberg inventa la primera imprenta, lo que resulta ser un considerable avance en términos de reproducción de documentos gracias a la reducción de tiempo que supone respecto a la copia manual, y también al superior número de copias que podían realizarse. Gutenberg se asocia con Johaan Fust y Peter Scoffer, con los que consigue imprimir series de libros con éxito. La imprenta se asienta en la ciudad alemana de Maguncia y termina por expandirse con fuerza por toda Europa.
Durante los siguientes tres siglos la imprenta sigue evolucionando, así como las técnicas para crear los tipos de plomo, y evolucionan los métodos de impresión.
A finales del S. XVIII, el alemán Aloys Senefelder crea de manera casi casual una técnica de estampación artística, la litografía. Esta consiste en la utilización de una piedra caliza como matriz del dibujo, es decir en la piedra se dibuja (de manera invertida para que luego aparezca al derecho) lo que se desea estampar; la técnica se basa en los principios de repulsión de grasa y agua para estampar y ocultar las partes deseadas, y se utilizan tantas piedras como colores lleve la estampa. Durante los siglos XIX y XX esta técnica sufre un auge asombroso gracias a las facilidades de impresión en masa, la duración de la matriz de piedra, y la variedad de colores que permitía utilizar, y también por el aprovechamiento comercial que se le comienza a sacar.
Artistas como Lautrec, aposentado en el bohemio barrio de Montmartre, sin apartarse de la pintura, comienza a hacer uso de la litografía para publicitar negocios como el Moulin Rouge que frecuentaba asiduamente, o para promocionar libros como Reine de Joie o Babylone d´alemagne de sus amigos los escritores Victor Dobrski y Victor Joze.
Otros artistas franceses coetáneos de Lautrec, como Alfonse Mucha, también utilizaron y aprovecharon las facilidades que el proceso litográfico aportaba, enfocando las estampaciones no sólo de manera artística, sino también comercial.
Como es obvio, cada artista tenía su estilo; mientras que Lautrec era un “cronista social” con sus pinturas y evitaba representar paisajes, Mucha emanaba en sus estampas modernismo y musas Art Decó, tipografías creadas con infinita delicadeza que sirvieron para publicitar bicicletas, papel de fumar, chapagne, etc. y que marcaron una época, catapultando el modernismo mundialmente.
A nivel nacional, destacó Ramón Casas. Creador de la imagen de la famosa marca Anís del Mono, que se le concedió gracias a ganar el concurso que la marca convocó a finales de S. XIX, con el cartel de “Mona y Mono”, pieza clave del modernismo español.
Vemos entonces, la evolución en los procesos de estampación de la mano de la historia y la sociedad; desde manuscritos hoy considerados joyas, pasando por bulas y almanaques, hasta llegar a fines comerciales que también marcaron época.
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